La dieta de la pureza
- El aderezo.bog
- 16 mar 2018
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Las dietas, esas excepciones a la regla del desorden cotidiano en medio de rutinas inacabables, toman más formas de las esperadas y nos sorprenden con curiosos significados que, por más que tratemos, nunca lograremos comprender.

Comer como Cristo
Jesús, hombre de procedencia divina y asentamiento humilde, llamaba la atención de todo el mundo con el milagro de la multiplicación. Multiplicaba panes y peces cuando nadie creía que la comida pudiera alcanzar para todos.
En las bodas de Canaán a los anfitriones se les acababa el vino y, por ende, se les acababa la fiesta –pues no hay fiesta sin licor que valga la pena, ni con Cristo en ella.- El agua la convertía en vino y la tristeza en alegría. Y lo mismo hizo con los peces en el mar y el pan en el desierto.
Ahora bien, a pesar sus de maravillosas y místicas artes culinarias, en la Última Cena, Cristo comió pan sin levadura, y sus discípulos también, incluido Judas Iscariote. Y es por eso que el viernes Santo nosotros también comemos así (bueno, si realmente lo hiciéramos).
Vegetarianos a medias y por un día
Nuestra Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana, desaprueba el consumo de cualquier carne, especialmente de la roja, es decir, de vaca o cerdo. Aunque permite el consumo de pescado, que es lo que comía Cristo. (Nótese que en ninguna parte de la Biblia dice que el pescado fuera frito ni apanado).
No está muy claro el porqué de esta conducta, pero puede inferirse que cualquier rastro de sangre en los platos puede chocar con el recuerdo dos veces milenario de las laceraciones de Cristo caído y crucificado.
Mejor es no comer nada que antes se haya movido por la tierra para evitar tentaciones. Ya después del domingo de resurrección vuelven las fritangas a los almuerzos familiares, y Cristo resucitado con gusto compartirá en esos encuentros. Porque a Cristo le gusta el pueblo, lo popular, la fritanga.
Es por ello que ese viernes nos volvemos vegetarianos a medias, porque comemos pescado y eludimos al demonio. Que no venga pues el fruto prohibido a corromper nuestra devoción cristiana ni nuestra pureza.
Y e vino puede esperar… ya veremos el sexo.
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